Hace más de treinta años que me corta el pelo el mismo peluquero. Sin embargo, aunque les parezca mentira, soy una persona que detesta las costumbres y aborrece las tradiciones más que ninguna otra cosa en la vida. ¿Es una contradicción? En absoluto.
La peluquería es para mí una especie de religión: La peluquería es el templo del hombre laico. Mi peluquero es casi mi director espiritual y como tal, le debo respeto y fidelidad.
Jesús (que así se llama mi peluquero místico) me comentaba el otro día tomando café, después de haber consumado nuestro rito particular (vamos... después de que me hubiera cortado el pelo) su afición por el baile. Una afición que compartía desde siempre con su mujer, juntos empezaron a salir con frecuencia a bailar, al principio iban a discotecas, posteriormente a salas de baile donde se reunían con otras parejas aficionadas, y terminaron por inscribirse en una afamada academia de baile de la ciudad. Allí comenzaron a recibir, en primer lugar, consejos para mejorar su estilo. Los amables consejos se convirtieron, poco a poco en severas correcciones, y finalmente, fueron críticas e incluso reprimendas por parte de sus maestros.
Jesús, que es un hombre inteligente y observador, un día se detuvo a pensar en lo que le había sucedido:
Sin darse cuenta, habían transcurrido más de cuatro años desde que empezaron con esta afición, y su mujer y él, habían pasado de disfrutar y divertirse al inicio, a acudir a bailar un mínimo de tres tardes por semana, con una profunda congoja, con un malestar y una sensación de desagrado indescriptibles.
Jesús entendió entonces, que habían traspasado la línea que divide la afición de la dedicación. El hobby de la obligación.
Jesús, que es un hombre inteligente y observador, un día se detuvo a pensar en lo que le había sucedido:
Sin darse cuenta, habían transcurrido más de cuatro años desde que empezaron con esta afición, y su mujer y él, habían pasado de disfrutar y divertirse al inicio, a acudir a bailar un mínimo de tres tardes por semana, con una profunda congoja, con un malestar y una sensación de desagrado indescriptibles.
Jesús entendió entonces, que habían traspasado la línea que divide la afición de la dedicación. El hobby de la obligación.
Han transcurrido un par de semanas desde aquella conversación, pero una y otra vez, sus palabras vuelven a mi cabeza. A lo largo de los años, he tenido bastantes aficiones (probablemente demasiadas) he conocido a muchas personas dentro de cualquiera de esos círculos. En algunas ocasiones, he conocido a seres humanos realmente especiales, personas que de verdad merecían la pena y, como no, también he visto tipos despreciables. Todos se iniciaron de una manera amateur en una actividad para su tiempo libre, y sin percatarse, algunos de ellos, traspasaron la línea que separa la afición de la dedicación.
En el mundo de los perros sucede exactamente lo mismo, de la misma forma y con idéntica frecuencia que en cualquier otra afición. La diferencia es que en esta actividad, nuestras actitudes repercuten en nuestros perros. Si traspasamos la línea, si nos obsesionamos, si nos perdemos el respeto a nosotros mismos, les estamos perjudicando también a ellos.
Cualquiera de nosotros, aficionados a la cría y a las exposiciones caninas, comenzamos en esta actividad por un sano sentimiento de amor hacia los perros. Nos gustan. Disfrutamos contemplando ejemplares bellos, compartiendo con ellos nuestra casa y nuestro tiempo. Compartiendo nuestra vida con ellos.
Pero un día las prioridades cambian. Nosotros las alteramos. Comenzamos a utilizar a nuestros perros como una herramienta, como un medio para aumentar nuestro supuesto "prestigio personal", dentro del ridículamente pequeño universo de la cría y las exposiciones caninas. Ese día hemos sobrepasado la línea y nos hemos deteriorado como personas.
Las cosas simplemente quizá ya no son iguales. Los perros entran y salen de nuestras casas, de nuestras vidas, y empezamos a no dar importancia a lo único importante. Nuestro tiempo y nuestras fuerzas deben de dividirse para el exceso de animales que viven a nuestro alrededor (nunca más con nosotros). También las instalaciones de las que disponíamos para unos pocos, deben ser utilizadas para todos ellos. Por supuesto, hasta nuestros sentimientos y nuestra afectividad deben repartirse.
La relación con nuestros perros puede haber cambiado.
Si nos detenemos y permanecemos sentados un buen rato, pensando en lo sucedido, es fácil que nos sorprendamos añorando en lo más profundo de nuestro corazón, aquel compañerismo, aquella relación de amistad que existía con nuestros primeros perros.
Merece la pena hacer esa reflexión, detenernos un momento y mirar hacia nuestro interior. Observar nuestra vida y la de nuestros perros. Debemos de juzgar con sinceridad si estamos siendo honestos con nosotros mismos. Si somos unos buenos compañeros para nuestros perros.
Si nos detenemos y permanecemos sentados un buen rato, pensando en lo sucedido, es fácil que nos sorprendamos añorando en lo más profundo de nuestro corazón, aquel compañerismo, aquella relación de amistad que existía con nuestros primeros perros.
Merece la pena hacer esa reflexión, detenernos un momento y mirar hacia nuestro interior. Observar nuestra vida y la de nuestros perros. Debemos de juzgar con sinceridad si estamos siendo honestos con nosotros mismos. Si somos unos buenos compañeros para nuestros perros.