Un poema


La mesa de la cocina de casa siempre esta repleta de los suplementos culturales del ABC. Me molesta tenerlos por decenas, desordenados, tirados, formando un montón insoportable. Es imposible ponerse a cocinar. Para preparar la ensalada más sencilla, primero tengo que recogerlos todos, apilarlos en otro sitio... un tostón.
Este, es uno de los inconvenientes de vivir con una de esas mujeres que ha perdido cualquier atisbo del instinto de mater familias. Una española contemporánea. Trabajadora vocacional, profesional competente y eficaz, independiente económicamente. Ciudadana estafada por mor de la igualdad.
Ella sabrá... yo reconozco las enormes ventajas que su esfuerzo en busca de la paridad, produce en mí: vivo con la más absoluta libertad, como un niño salvaje. Dedicado a hacer lo que me apetece, en el momento que me apetece. Ella, también carece de esos otros  atávicos instintos femeninos, y esto la hace encantadora: No pierde su tiempo en amargar la vida al compañero. Nunca incordia gratuitamente, jamás prohíbe. Deja vivir.
Pero este no es el tema. El tema es que yo también ojeo esos suplementos, y algunas veces encuentro cosas muy interesantes. Hoy he leído en uno de ellos, este simpático poema:

                            Tres galgos blancos
               Se estiran al correr formando banda 
               El hocico con manera de lanza
               Y aunque vayan estirados en banda
               Nadie nunca dirá que los alcanza.
               Son blancos, suben saltando colinas,
               Los persiguen, detrás los caballeros
               Agarrados a crines blanquecinas
               De los caballos que son verdaderos.

El poema está escrito por el portugués Vergilio Alberto Vieira (Braga 1950) y la fantástica traducción  es de Vicente Araguas. El poema está inspirado por un dibujo de un interesantísimo pintor, Amadeo de Souza-Cardoso (1887-1918). Pintor vanguardista, portugués también, absolutamente desconocido aquí en España. Como tantas cosas maravillosas del país vecino.