Velázquez y los perros


Hoy he desayunado con Pepe Cerdá. Hemos hablado de perros, de la dificultad de retratarlos fotográficamente y de la complejidad aún mayor de hacerlo mediante la pintura.
Sostiene Pepe, que el mejor retratista de perros de la historia de la pintura es Diego Velázquez. Allí mismo, en el café de la plaza de Villamayor, me cita de memoria media docena de cuadros del maestro sevillano y para mostrármelos, abre el ordenador portátil que la dueña del local nos presta cuando se lo solicitamos (maravillas del presente tecnológico) y los observo, uno a uno en la pantalla. Para Pepe, todos ellos son impecables, pero su favorito es este retrato de El infante Felipe Próspero.


El infante retratado por Velázquez era hijo de Felipe IV y la reina Mariana, estaba permanentemente enfermo desde su nacimiento y murió a los cuatro años de edad, tan sólo unas semanas más tarde de que Velázquez pintara este cuadro. En el delantalito que viste el niño, se pueden observar cómo cuelgan varios amuletos contra el mal de ojo y un pomo de ámbar contra las infecciones. El rostro del infante aparece pálido y consumido, destacando unos tristes y ojerosos ojos, y unas manos heladas que presagian el fatal desenlace. Sobre el butacón descansa un precioso perro (¿algún tipo de spaniel primitivo?) que sin duda era la mascota que acompañaba al frágil niño, su más fiel compañía y entretenimiento durante los días y semanas, monótonos y dolorosos, de convalecencia interminable. 
Sabemos cómo fue el final de la existencia del infante. Ahora, observando el cuadro, trato de imaginar el resto de la vida del perro. Supongo que continuó en palacio hasta el fin de sus días. En España, entonces y ahora, tener un buen pedigree y unos lujosos ancestros, son la mejor garantía de techo y comida vitalicios. En este país para vivir bien, hay que vivir de rentas... y  hasta existen perros rentistas.