Chusqueros


Según parece, la mayoría de la gente tenemos una pesadilla recurrente que nos acompaña (nos persigue, sería más exacto) a lo largo de nuestras vidas. La mía tiene que ver con tener que volver al servicio militar para cumplir con el estado/ejercito otra vez. Como si la anterior, la que me hizo perder quince meses de mi vida real, no hubiese sido suficiente.
Desde que empecé a acudir a exposiciones caninas, tuve una desagradable sensación: un deja vu.
Me costó algún tiempo darme cuenta de lo que sucedía. Las exposiciones españolas, me hacían sentir como si todavía estuviera cumpliendo el servicio militar. La puta mili otra vez.
Tres eran las razones que me hacían revivir, un domingo tras otro, esa desagradable experiencia:
En primer lugar, el madrugón. Levantarme tan temprano no me ha gustado en la vida. Con los años, he llegado a la conclusión de que las cosas importantes hay que hacerlas entre las 10 y las 12 horas. Después de dormir ocho horas y desayunar tranquilamente leyendo la prensa, y antes de acudir al aperitivo con los amigos.
En segundo lugar, los bares situados dentro de los recintos donde generalmente se celebran estos eventos. Los infames cafés con leche, los donuts y la montaña de bocadillos de chorizo de pamplona, apilados y envueltos en servilletas de papel sobre la barra. Todo ello, impregnado por un tufillo a cantina cuartelaría.
Por fin y en tercer lugar, los chusqueros. Los comisarios de ring actuando como cabos y los jueces comportándose como sargentos de reclutas. Unos tipos más ocupados por imponer un reglamento absurdo -semejante a las ordenanzas militares- que por dispensar un trato cortés y la atención debida a los expositores, al fin y al cabo, los verdaderos protagonistas de esta guerra.