Sucedió en Finlandia. Yo había acudido a buscar algún macho de whippet para utilizar con una de nuestras hembras. Fue imposible, encontré hembras formidables, pero ningún macho.
El viaje era de los que me gustan, ni un segundo de concesión para el turismo (uno de los cánceres de nuestro tiempo) además, viajaba sólo y pasé allí únicamente tres noches. Un viaje relámpago con una agenda apretada. Un sobresaliente en productividad.
Me alojaba en casa de unos criadores de smooth fox terrier. Pasamos una mañana en una pequeña exposición nacional y empleé el resto del tiempo visitando algunos criadores. Estuve viendo terriers, whippets y beagles.
Algunos de estos criadores, son amigos desde hace ya bastante años. Da la impresión de que se alegran cuando voy a visitarles a sus casas, unos lugares perdidos en una esquina de un bosque, en un país situado en una esquina de Europa. Organizaron un par de cenas en mi honor. Barbacoa y cerveza. Hombres enormes y mujeres desconfiadas y listas.
En una de estas cenas me lo presentaron, era un joven de ventitantos años. Dijo que estaba deseando conocerme ¿a mí?... sin comentarios. Se sentó a mi lado y empezó un largo monólogo (que a mí se me hizo eterno) sobre perros, criadores, líneas de sangre, virtudes, defectos y pedigrees. Todo estaba en su cabeza. Recitaba pedigrees como si fueran alineaciones de equipos de fútbol, incluso dibujó sobre el mantel de papel, el árbol genealógico con 4 generaciones de media docena de ejemplares.
Él tenía sus favoritos -como todo el mundo- pero había algo que no me cuadraba: hablaba de perros de la década de los 70 y de los 80. Ni siquiera yo, bastante mayor que él, los había conocido. Tanto consiguió intrigarme, que abandoné la actitud pasiva con la que le había escuchado hasta ese momento, y empecé a interesarme por tan asombroso personaje, por aquel portento de erudición. Mi primera pregunta fue rutinaria:
-¿Cuantos perros tienes?
-Ninguno
-¿Cómo?
-Mira Ignacio, yo vivo en casa de mis padres, un pequeño apartamento en el centro de Helsinki, y no me dejan tener perros.
Aquel tipo, había empleado su tiempo libre, durante los últimos diez años, visitando a criadores y acompañándoles a las exposiciones. En ocasiones, incluso les ayudaba a bañar algún perro. Pero eso sí, había empezado por leer todo lo que encontraba en sus casas (revistas caninas, anuarios del club de la raza y algún libro) y finalmente, desde la popularización de internet, pasaba las horas navegando por la red.
Fue el primer virtual-breeder que conocí en mi vida, sin ninguna duda, el mejor. Después de éste, todos los demás, sólo malos imitadores suyos. Algunos de ellos, incluso, son propietarios de algún perro. Todos, sin embargo, tienen una característica común: ¡Son unos verdaderos pelmazos!